Raramente, hay historias que terminan igual de bonitas que empiezan.
Esta mañana tuve una premoción, fue como una señal del destino, fue como si el universo me hubiese mandado una señal, una respuesta a mis preguntas. Al despedirnos, de repente empezó a llover, empezó a hacer un frío terrible, las hojas empezaron a caer, comprendí que había terminado "mi verano", y con ello, nuestra historia. Y aunque suene triste, no lo es, es precioso, fue intrigante, mágico, como una sinfonía a punto de acabar, como el final de un orgasmo, la explosión de nuestro propio big bang. Al subirme a ese autobús comprendí que todo había acabado, pero había acabado con un beso en los labios. Y nada que termine con un beso puede ser malo. Ese beso fue nuestro propio "adiós", nuestro "gracias por a ver venido", mi "siempre te llevaré en el corazón". A medida que nos alejábamos sentía que también lo hacían nuestras vidas, nuestros caminos se separaron. Y nadie dijo nunca una sola palabra. No sabría explicar con palabras esa sensación, no existen adjetivos para contarte aquello que acababa de presenciar. No estoy triste, pues me alivia saber que las personas verdaderamente importantes nunca se marcharán de mi corazón. El único sitio donde no pasarás a la historia; el único en el que te sentirás vivo todos los días del año. Sin duda, uno de los capítulos más importantes de mi vida.
Anoche no pude dormir pensando que habíamos terminado pero he dejado de amargarme porque sé que lo que tuvimos fue real. Si en algún lugar en un futuro lejano nos reencontramos en nuestras nuevas vidas, te sonreiré con alegría y recordaré el verano que pasamos bajos los árboles, aprendiendo uno del otro y creciendo en el amor. El mejor tipo de amor, es aquel que despierta el alma, te trae paz a la mente y te hace aspirar a más, eso es lo tu me has dado y lo que yo he esperado darte siempre.
Sin complejos, sin dudas, sin miedo; soy yo.